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PROCESO EVOLUTIVO


Eran los últimos días de la Tercera Guerra Isternal, y el "Interacciones del Hombre" ya se encontraba esperando. Había sido construido con la esperanza de transmitir a los especímenes siguientes un conocimiento que les sería artificial: La humanidad. Es para ello que se crearon cuerpos finales a semejanza de la historia, que maravillen al espacio-tiempo de los seres del futuro.

Colocado allí, tenía por fin demostrar a las fuerzas lógicas que el intelecto lograría supervivir las nociones del límite. Quizás existiesen humanidades siguientes, quizás las proyecciones distintas en las  combinaciones de átomos produzca una realidad idéntica a la actual, pero será en esencia otra especie, formada por procesos vitales diferentes a los nuestros. Podrían habitar bordes alejados de los perímetros de la razón, cercanos a los sueños, a la demencia edificada con la psicología. Sin embargo, el mundo, con sus misterios geológicos en las capas primeras de sus estructuras, les haría comprender la dimensión concreta de la noción del Infinito.

Eran días álgidos para la Tierra. No cesaban de desaparecer las piernas y brazos y las señales de televisión y radio retransmitían los llantos desesperados de los niños. La articulación de la palabra daba paso a secuencias onomatopéyicas. No se podía creer que fuese ésta aquella civilización tan rebosante de energía, que había logrado expandir sus ramas siderales, atestiguando cada noche la implosión de estrellas.

Los primeros espacios en destruirse fueron los de XCarolina, Azaia, Resderntall y Shioko-Yumiya, con los efectos nefastos de unión del rompecabezas de las armas de todos, contra todos. Siempre había un nuevo Estado por ingresar, un nuevo ser vivo. Las motivaciones de poder y control, el desborde de la política y las matemáticas se perdieron en el remolino de las acciones.  Ya nadie sabía por qué se peleaba, el punto de origen había quedado extraviado junto al objetivo último de las múltiples y paralelas secuencias de acciones. Nadie logró leer el postrero diario impreso, en el Imperio Central de Bahía Grande, que era a la vez un extenso epílogo sobre la raza humana, un testimonio de cierre hecho por un desconocido a la ley del Universo. 

Sin embargo, el tiempo continúa. Cierto es que la Tierra también lo hace. La historia de la civilización humana puede resumirse como la historia de una extensa guerra proseguida por milenios, que llegaba a su fin último en los 7 años que duró la 3ra Guerra Isternal. Los cuerpos regados, los silencios y mutaciones de las flores, deben de haber sido la pesadilla o el sueño de alguien. Y ningún muerto, de los que quedan, es capaz de comprender que son sólo los sentimientos puros y las ideas abstractas todo lo que un hombre alguna vez tuvo en su vida.

Boris A. Holfferman había desarrollado una escultura hecha de metal, madera y los restos óseos que pudo rescatar de un panteón en Iscaria. Era el cuerpo corrompido de su hijo, en quien se inspiró, al elaborar su propio ser humano. Edilbert Hollferman, con 23 años,  acudió al llamado de la acción para detener el uso de los proyectiles y los desgarros como forma de convencer al prójimo. Cayó en acción de guerra, “….víctima de los hechos, los BARR-19 y la desesperación constante de la psiquis” .Su padre hizo una obra de arte, que representase su dolor y el dolor de todo ser vivo, lo único que podía mover el mundo. Una obra para los muertos, hecha por los vivos. La colocó en medio de un panteón, guarneciéndose en la noche, sintiéndose preso de la luz de la Luna cuando sólo buscaba ser sombra. Regresó a casa. Espero la madrugada, y luego de darse un baño ingresó a su pieza matrimonial, se vistió con el traje azul con el que conoció a su esposa y que estaba sorprendido de poder aún llevar, escribió una larga carta destinada a un amigo, una despedida de la carne,  observó detenidamente su rostro en la pintura familiar colgada en contrastes rosas, y, recordando el primer beso con su esposa en brazos,  se disparó haciendo uso de manera valiente en medio de los ojos.

A los dos días entraron a saquear su casa. No tocaron su cuerpo. Ya no intimidaba ver la muerte en el interior de los hogares.

La carta fue recogida por los cuerpos de la Federación de Salvaguarda, que llegaron allí como parte de su travesía. Eran  un conjunto humanista que venía operando durante los 2 últimos años. Formado por mujeres que se habían resignado a morir, se encargaban de dar fin a las últimas voluntades que les era posibles. Así, sepultaron -sin ataúd-  a Boris A. Hollferman, y su carta, enviada  a un joven que había sido amigo de Edilbert en el colegio. 

Aquel amigo era Paulin Grillet, quien ya había renunciado a sus sueños, y leyó la misiva del padre de su amigo la misma noche en que le confirmasen que aquel cráneo sin rostro, descubierto a orillas del Timertime, fuera, en efecto, el de su pequeña hermana, Nicol. Ahora realmente comprendía lo que acontecía, lo que se daba en la sociedad de su tiempo, y qué debía hacer: abandonar la búsqueda de preservación de la materia, evitar dudar sobre sus propias interacciones con el entorno y convencerse, con determinación y sin lágrimas, en que sólo las ideas se conservan en el tiempo. Y se unió, mediante contactos que siempre le resultaban pesadillas, verdaderas redadas agresivas de especies y secretos, con aquel grupo de jóvenes decepcionados de la ciencia que estaban decididos a hacer algo con el tiempo: preservarlo. Ellos morirían, todos morirían, lo saben; pero las ideas de lo que fueron, no. Las nociones no debían correr el mismo destino que los días. Por ello, se congregaron en cámaras subterráneas encontradas con ayuda de la tradición popular, saliendo tan sólo periódicamente uno al mundo a conseguir implemento para mantener las ondas cerebrales activas, habitando siempre bajo los estruendos de las destrucciones de torres, el zigzaqueo de los relámpagos y las voladuras de los puentes. Eran conscientes, que sobre ellos, se desmembraban los días y se sacrificaban las vértebras. Detuvieron los relojes. Ya no debía existir noción del tiempo, tampoco. Y así aquel grupo no descansó hasta lograr su objetivo: Recrear la situación del hombre en su vida cotidiana, construyendo una alegoría completa de la acción e inacción humanas, en los que se represente la absoluta secuencia de la evolución, hasta el suspiro del muerto final.

La mañana del 1ro de diciembre, lo alcanzaron.

Al concluir su labor, los 14 jóvenes, que habían terminado por convertirse en amigos en las últimas semanas, decidieron suicidarse. No tenían ya familias, y ningún recuerdo se mantenía vivo en las afueras de sus pensamientos. Hablaron horas de sus nombres, sus recuerdos, momentos en los cuales Paulin conoció verdaderamente a Luisa, aquella idealista mujer callada de cabellos rubios que siempre trabajaba en silencio, tras los sentimientos y las gafas, sintiendo de manera casi inmediata que la vida puede tener sentido en algún instante que equivalga a todos los demás. Que tal vez, los mecanismos de la vida y de la muerte, que las nociones de conocimiento y de estruendo, las simetrías, los rascacielos, las mariposas, los animales salvajes, habían tenido un verdadero sentido. Pensaba en ello hasta que llegó la hora. Él buscó sentarse junto a ella, quien lo esperaba. Se sonrieron, de manera melancólica miraban sus ojos, y tuvieron así una última conversación mientras servían los vasos

-       ¿Qué es esto? …digo, ¿Qué le ocurrió a todo, al final?
Él, que demostraba sinceridad en sus mejillas, luego de un momento en silencio, sólo pudo decir
-Creo que todo se debe a tu sonrisa. Y a que somos hombres.

Y ambos juntos rieron.


Paulin Grillet tenía 27 años, y Czina Luisa Ackerbell, 24. Todos eran jóvenes, todos se miraron, y antes de dar el primer sorbo al cianuro, entre lágrimas pero con la paz de quien hace lo correcto, Paulin  dedica su última voz a Luisa:
- Nos llevamos nuestro interior, las imágenes, se desprenden de nosotros.
Te buscaré luego.

Y el contenido de los vasos recorrió los interiores.

Fallecieron a los pocos segundos. Luisa y Paulin, los últimos en dejar de ver, entrelazaron sus manos, siempre hasta el final.








EPÍLOGO


Y allí quedo el "Interacciones del Hombre". Bajo el terrible caos de la corteza, sumergiéndose en los olvidos de ningún ser, perdido desde su nacimiento con la intención de hacer que se pierda.


El último compuesto vivo falleció 12 días después, con 7 meses de gestación, en medio de los restos de selva, que como a millones de habitantes, le hizo de tumba.

La Tierra aún orbita. Aún se desplaza de manera tranquila en aquel remolino  infinito de deconstrucción y construcciones. Aún existen estrellas.

Allí un cuerpo celeste cruza a extraordinarias velocidades la presencia de la Luz.

Y aún, en el planeta, de manera inconsciente, se producen resultados de la acción humana.






FIN.


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